Con García Márquez en Madrid
La
derrota del silencio o la ética de las palabras
La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas, ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual (...) No, el gran derrotado es el silencio. (Botella al mar para el Dios de las palabras)
Del 17 de febrero al 2 de marzo he disfrutado de
la instalación interactiva Travesía por los estados de
la palabra, en Matadero, un antiguo camal convertido en un increíble espacio para
el arte, la cultura y la inteligencia. En un primer momento, fragmentos de las
obras escritas de García Márquez se verbalizaban. Seguidamente, esos textos
orales eran digitalizados por un ordenador que, segundos después, seleccionaba de
ellas varias palabras. En un cuarto momento, cincuenta impresoras 3D materializaban
las escogidas. Finalmente, las ubicábamos en el fondo de la habitación al lado
de otras puestas por los visitantes. El conjunto final –diez mil palabras de
los textos del Nobel colombiano– representaba el movimiento del inmenso océano
léxico que une a España y Colombia. En este artículo, deseo compartir tres
reflexiones acerca de la ética de la palabra, una de las ideas centrales de
esta exposición.
Dime qué palabras usas y
te diré quién eres
Cada
día se hace más imperioso el seleccionar con extremo cuidado las palabras que
utilizaremos en nuestra comunicación diaria. Cuántas veces hemos visto pedir
disculpas por algo que se dijo o se escribió “sin querer” o “sin pensar”. Si
bien, esta labor se vuelve prioritaria en quienes se dedican al arte literario
o a la ciencia de la lingüística, no hay excusa válida para no educarnos
continuamente en el vocabulario, la ortografía, la redacción y, a través de
ellas, en la virtud de la prudencia. Las palabras revelan quiénes somos y permiten
abrirnos al mundo y participar en la vida de los demás. Este fuerte carácter ético
de las palabras nos obliga a saber cuidarlas, ya sea charlando con nuestros
amigos o escribiendo en el Facebook.
A buen entendedor, pocas
palabras
A
veces –quizás más de la cuenta– los malentendidos o las distorsiones en la
comunicación no son culpa de quien se expresa, sino de quien escucha o lee. En
esta ética de la palabra, tenemos la obligación de educarnos en el arte de
escuchar y en el acto de meditar las palabras empleadas en un contexto
determinado. Si esto no se diera, anularíamos el acto dialógico y, terriblemente,
atentaríamos contra la otra persona y contra nosotros mismos al impedir la
plena realización del tan humano acto comunicativo. Por ello, el chisme, las
habladurías, las mentiras, las falsedades, etc., son tan despreciables entre
las personas bien formadas.
La derrota del silencio
Saber
expresarse y saber escuchar son dos actitudes fundamentales que debemos
cultivar para que nuestra comunicación sea enriquecedora. No hagamos que el
silencio sea síntoma de nuestra torpeza por no hallar las palabras adecuadas o de
nuestra incapacidad para reflexionar. Como seres dialógicos que somos, cada
palabra dicha o escrita debe ser una preciosa victoria ante el silencio y un
inestimable medio para expresar nuestra forma de ver y entender el mundo.
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