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¿Es la mujer un ser humano?

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Reflexiones en torno al libro Teresa. La mujer (2015), de Helena Cosano


Quizás todavía hay varones que se hacen semejante pregunta... o tal vez asuman per se y sin discusión la inferioridad femenina.

En el otro lado del ring, el feminismo extremista puede desvanecer la identidad de la mujer en pos de una forzada igualdad con el hombre. En ambos casos se advierten múltiples peligros.




Y no, no nos rasguemos las vestiduras, asumiendo que estas posturas son cosas del pasado o de personas sin educación. Les recuerdo que hasta hace muy poco, en nuestra cultura occidental, la mujer no tenía derecho a voto y -sí, se quedarán con la boca abierta- se desconocía la existencia del orgasmo femenino (Leer El orgasmo femenino y la poesía)

La pregunta que titula este post puede indignar a cualquier persona (hombre o mujer) de nuestro siglo. Sin embargo, la respuesta a esa interrogante fue crucial en el siglo XVI, época del Renacimiento (con predominio de la razón) y a pocos pasos del Siglo de Oro (con la Inquisición en auge). 

Una época en que la mujer presentaba defectos físicos y mentales que la hacían incapaz de controlar sus emociones y, por lo tanto, la ubicaban en un puesto inferior al varón. Así, la mujer no podía participar activamente de la vida pública y de cargos del gobierno, limitándo su libertad a lo íntimo y a lo psicológico (En la foto, estatua del fraile español Domingo de Soto, 1494-1560, quien recomendaba que las mujeres, pobres de razón y blandura de mente, se excluyan del sacerdocio junto con los hermafroditas, monstruos y dementes).


            (Nota aclaratoria, por si las moscas: en La oreja del burro somos hinchas de las mujeres... y de Gala, ¡espectacular!)






En este contexto debemos ubicar la figura y el pensamiento de santa Teresa de Ávila (1515-1582), una brillante mujer cuyas ideas seguirán estando a la vanguardia, en cuanto a la defensa por la igualdad entre hombres y mujeres. Sin olvidar, claro, su buenísima poesía:


Ya toda me entregué y di,
y de tal suerte he trocado,
que mi Amado es para mí
y yo soy para mi Amado. 
(vv. 1-4)



Nuestra querida Helena Cosano -una de las escritoras favoritas de este blog (Leer Los placeres de un crítico literario)- ha intentado meterse en la piel de esta Doctora de la Iglesia, para compartir con los lectores del siglo XXI, las dudas, los miedos y, principalmente, las luchas internas y externas de esta santa del siglo XVI. Y lo ha logrado con mucha soltura.




Como siempre, Helena Cosano hace gala de una prosa limpia, ligera, y de un tratamiento psicológico en profundidad (uno de los puntos fuertes del libro) que nos pinta plenamente a la santa de Ávila y, a través de sus ojos, a la sociedad en que le tocó vivir: 

Me hice monja porque nací mujer. Esa es la verdad. Si hubiera nacido varón, probablemente la vida me habría mostrado otra cara, más tentadora, y no me habría consagrado de la misma manera al señor.
Pero nacer hembra, hija de Eva pecadora, es un destino de perpetua humillación. (p. 122)

En Teresa. La mujer, el dato histórico es mesurado, complementario y, en casi todo el libro, solo una excusa para que la santa se sincere, se abra ante nosotros y nos cuente sus enfados, como si fuéramos grandes amigos de antaño. Eso convierte al libro no en un sesudo trabajo de investigación historiográfica -o de Historia, a secas-, sino en un recorrido por la "noche oscura" de Teresa, en busca de su lugar en un mundo tan lleno de lágrimas:

Hace poco, en las Constituciones de Alcalá, publicadas solemnemente el año pasado, en marzo de 1581, ni siquiera se menciona mi nombre. El padre Gracián, a pesar de profesarme un afecto del que jamás dudaré, silenció mi obra; y yo sonreí para mis adentros. Dios me creó mujer para el trabajo, no para la gloria, de una gran misión. (p. 131)
Helena Cosano nos descubre una vez más a Teresa, la mujer astuta, brillante y prudente; una mujer que rechazó la mediocridad, pero que supo callar aun cuando sabía que tenía razón; una mujer emprendedora, que viajó por toda la península, fundando conventos, siendo rechazada, sufriendo, peleando (entre otros, con la Princesa de Éboli); una mujer que supo calcular dónde estaba su mejor campo de batalla: los libros.

Yo, mujer, ruin y supuestamente de débil entendimiento, he amado los libros con pasión. Fueron mi único consuelo, mi guía, mi familia más fiable, mi brújula espiritual (...) Y pronto comprendí que los libros son el comienzo, pero que no son el fin. Nos indican el camina, pero debemos soltarlos para caminar. Lo aprendí gracias a ser mujer.

 Una mujer que no dudó en usar su inteligencia y belleza para manipular a los hombres:


Manipulaba a mis hermanos, a mi padre, a mis tíos. Todos los hombres hacían lo que yo quería, pero ignoraban que lo hacían porque lo quería yo (...) Era fácil: bastaba con halagar su abismal vanidad siendo humilde. Bastaba con recordar cuán desamparada y perdida estaría, yo, hembra débil y pecadora, sin su viril socorro. (p. 130)

Una mujer que abrió estratégicamente el camino para que otras pudieran rebelarse (por ahí, en un exceso de imaginación, la han equiparado como líder de alguna ONG). En ese sentido, la poesía de sor Juana Inés de la Cruz le debe mucho a Teresa:


Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis.


Y perdónenme si no me explayo más, pues les aseguro que este libro no se agotará en un solo articulillo. Todavía nos falta comentar sobre el misticismo, la poesía, la  libertad, etc., temas que Teresa. La mujer pone en el caldero y que merecen un comentario aparte (aquí debería escribir "continuará"). 

Antes bien, animo a mis "burrilectores" para que disfruten de Teresa. La mujer. Confesiones de Teresa de Ávila a las puertas de la muerte y compartan sus reflexiones. Un libro como el de Helena Cosano bien merece nuestro tiempo.

Desde La oreja del burro, damos la enhorabuena a la autora, por un libro necesario dentro del ya amplio abanico de textos sobre santa Teresa de Ávila. 

Y felicitaciones a la editorial La esfera de los libros, por una edición muy bien cuidada y por poner a nuestra disposición un excelente libro, cuya lectura es obligatoria.





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